Por Matías Galgano
Los resultados electorales del pasado 13 de agosto dejaron a muchos analistas y encuestadores haciendo el ridículo en cuanto a sus pronósticos. Se observaba el surgimiento de una tercera fuerza por fuera del “bipartidismo” –o, mejor dicho, el “bifrentismo”– que dominó la política argentina por 40 años. Pero ninguno de ellos pronosticó un comportamiento de tercios.
La historia reciente así lo marcaba, el comportamiento electoral argentino siempre se definió por una polaridad a excepción de algunos casos puntuales como en 1995 o 2011. Esto se debió a que las fuerzas de tercer orden, en general, se acoplaban –frente a la competencia electoral– en alguno de los dos frentes más competitivos.
En la última elección hay una novedad: la irrupción de una tercera fuerza competitiva. Los dos frentes que históricamente se disputaron el electorado nacional pensaron que esa tercera fuerza le quitaba votos a su competidor. Uno, por considerarlo más de derecha que la propuesta de su rival, y el otro, por considerar que el electorado se “derechizaba”. Los dos cometieron el mismo error: considerar que el electorado se iba a comportar igual que siempre. El hecho fue que a ambos les impactó, les quitó votos la tercera fuerza y se transformó en primera.
Ahora bien, interesa en estas líneas intentar una propuesta de respuesta a la siguiente pregunta: ¿por qué las dos coaliciones consideraron esto? Y, sobre todo: ¿por qué el electorado se comportó a contrapelo de la historia?
Lo primero que hay que decir es que la historia cambia, y si las ofertas electorales no se adaptan es lógico que el electorado se comporte diferente. Mencionando esto, analicemos los porqué del comportamiento.
El precandidato ganador no tiene, en apariencia, estructura partidaria en términos clásicos. Es una expresión del sistema mediático con fuerte raigambre en el entramado de redes sociales que dominan la forma de comunicar por lo menos desde hace más de una década. Su estrategia de comunicación no fue otra que pensar las redes como un territorio de inserción en la opinión pública sin tocar las formas clásicas de cercanía física que imponía la construcción de sentido común durante gran parte del siglo XX y la primera década del XXI.
La primera aproximación nos hace pensar que su equipo comunicacional interpretó perfectamente el tiempo histórico. Lejos está de eso la realidad. Lo que pasa es que el resto son peores leyendo las formas actuales de comunicar. No es que su equipo sea muy bueno, es que el resto son muy malos. ¿Y dónde radica esta falta de comprensión? Sencillamente, en considerar que la comunicación política es un simple instrumento y que las redes sociales son solo una estructura de ejecución de un discurso.
No es que su equipo sea muy bueno, es que el resto son muy malos. ¿Y dónde radica esta falta de comprensión? Sencillamente, en considerar que la comunicación política es un simple instrumento y que las redes sociales son solo una estructura de ejecución de un discurso.
A nuestro modo de ver, son un territorio que irrumpió en la disputa por el sentido. No son una herramienta, sino una construcción social e histórica que se transformó en una arena de disputa. El problema principal es que la cancha ya está marcada de antemano por actores, como por ejemplo Meta y sus algoritmos, que están fuera de la órbita de aquellos que hacen política territorial clásica. Entonces, si no se piensa como un territorio que está digitado de antemano, es lógico que su discurso solo llegue a aquellos que los escuchan y no a los que no lo hacen sin decir que, para colmo, son los imaginarios que necesitan penetrar discursivamente para ganar una elección.
Si a este esquema le sumamos la idea primordial de que el territorio físico, es decir la calle, donde antes se disputaba el sentido, no está dominado por los discursos de los dos frentes tradicionales, entonces es lógico que el comportamiento electoral fuese el que tuvimos el 13 de agosto.
Las disputas por las representaciones sociales en el territorio físico, en el cual las dos coaliciones electorales históricas se desempeñaban hace casi 40 años, se perdieron también. Ni la oficialista ni la opositora dominan hoy el sentido de la comunicación en la calle. Una, por las graves políticas económicas desarrolladas cuando fueron gobierno: pulverizando el salario real, endeudando el país, duplicando la inflación heredada y no cumpliendo con el contrato electoral. Y la otra, siendo gobierno actualmente, no pudiendo solucionar –por errores forzados y no forzados– la grave situación heredada y en muchos casos profundizando los problemas, como por ejemplo duplicando nuevamente la inflación.
El territorio físico, al igual que el digital, es la consumación de la lucha por el sentido de las cosas. Se constituye en función de los imaginarios posibles de los actores intervinientes. Si se pierde la lucha por el sentido de la transformación social es esperable que el territorio físico –bastión de la estrategia electoral clásica– no te acompañe. Y, para colmo, si son torpes en la disputa por el imaginario común en redes sociales entonces es lógico que pierdan.
El territorio físico, al igual que el digital, es la consumación de la lucha por el sentido de las cosas. Se constituye en función de los imaginarios posibles de los actores intervinientes.
El siglo XXI necesita de coaliciones que puedan disputar sentidos digitales y físicos en la arena territorial. La victoria de la novedosa tercera fuerza es la expresión de la falta de territorialidad en la propuesta electoral de las coaliciones clásicas. Los resultados son la expresión numérica del abandono de la agenda territorial como termómetro de la disputa por el sentido y una victoria de aquellos que pensaron las redes sociales como una arena de disputa comunicacional, desoyendo la forma tradicional de comunicar y pudiendo garantizar un buen desempeño, siendo que sus adversarios olvidaron el territorio físico como herramienta de construcción de sentido para la transformación.
En conclusión, no necesitamos el diario del lunes para llegar a esta lectura. Solo con observar los aciertos y desaciertos alcanza. El análisis político y territorial precede a cualquier encuesta premonitoria e inclusive al propio hecho electoral consumado.
Este artículo fue publicado por primera vez en Contraeditorial