Por Betiana Vargas
El mundo entero sufrió uno los apagones más significativos en la historia de las redes sociales. ¿Qué esconde el colapso de Facebook?
El lunes 04 de octubre nuestro tiempo vital fue subastado al mejor postor. Tras la caída de Facebook, Instagram y WhatsApp, el mundo entero sufrió uno los apagones más significativos en la historia de las redes sociales. El hashtag #Facebookdown se extendió alrededor del mundo. A lo largo de seis horas se interrumpieron los servicios digitales y la humanidad y la vida tomaron obligadamente otros causes.
Miles de emprendedoras y emprendedores a nivel mundial vieron afectados sus negocios; algunas personas, probablemente, optaron por evadir la situación o esperar a que se solucione leyendo algún libro; otras, quizá, fueron al método seguro de prender y apagar varias veces el router de sus hogares o los datos de su celular sin obtener respuesta alguna; la mayoría acudió a descargar aplicaciones que empezaron a ser recomendadas como Twitter, Snapchat o Signal; las más creativas seguramente se quedaron padeciendo la sensación de insatisfacción tras no poder compartir sus memes de la situación y el efecto de viralización que tanto las -y nos- entretiene. A modo de ejemplo, Reuters señaló que solamente Telegram ganó más de 70 millones de nuevos usuarios durante la interrupción de Facebook del lunes, según informó su fundador Pável Dúrov en su canal de Telegram.
Frente al abismo de la desconexión, todas las personas buscamos alternativas para mantenernos “comunicadas” con el mundo, pero ¿cómo fue que caímos en la situación de pretender “subastar” 6 horas de nuestra vida?
El colapso de Facebook tuvo un impacto contundente. En cuestión de horas sus acciones cayeron 4,9% debido a la interrupción que sufrieron las tres aplicaciones de su propiedad, Instagram, Whatsapp y Facebook, propiamente dicha.
Esta situación repercutió sobre el resto de las Big Tech afectando a una de las principales bolsas a nivel global. Según el Financial Times, las acciones de las grandes empresas tecnológicas (Apple, Microsoft, Facebook y Amazon) cayeron el lunes y arrastraron las acciones de Wall Street a su cierre más bajo desde finales de julio.
Los cortes de la “red Facebook” se dieron en el marco de una nueva denuncia por parte de una ex gerenta de la compañía. Frances Haugen, ex gerenta de producto de Facebook que trabajó en el equipo de integridad cívica a lo largo de dos años, dió declaraciones el pasado domingo en el programa de noticias 60 Minutes. Acusó a la empresa de anteponer “las ganancias a la seguridad” y señaló que la desinformación, particularmente en países con acceso mínimo a Internet, es una fuerza que podría desestabilizar sociedades. También señaló que Facebook habría disuelto prematuramente su equipo de integridad cívica, responsable de proteger el proceso democrático y abordar la información errónea en las elecciones estadounidenses de 2020, lo que podría haber contribuido al asalto del Capitolio el 6 de enero por partidarios del entonces presidente Donald Trump.
Nick Clegg, jefe de asuntos globales de Facebook, calificó las acusaciones de “engañosas” mientras que Guy Rosen, vicepresidente de integridad de Facebook, a través de su cuenta de Twitter dijo: “No disolvimos Civic Integrity. Lo integramos en un equipo de Integridad Central más grande para que el increíble trabajo iniciado para las elecciones pudiera aplicarse aún más, por ejemplo, en temas relacionados con la salud. Su trabajo continúa hasta el día de hoy”.
El martes 05 de octubre, Haugen testificó ante el comité de comercio del Senado de Estados Unidos. Según asegura la ex directiva, ante la pérdida de popularidad frente a otras plataformas, como Tik Tok, Facebook ha optado por maximizar la participación a expensas del bienestar de sus usuarios más jóvenes, pre adolescentes, habilitando la circulación de contenido que estaría atentando contra la salud mental y física de la nueva generación que recién se incorpora a las redes sociales e instó al Congreso a tomar medidas para resolver esta crisis.
Asimismo, sugirió reformar la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones para despojar a las empresas de redes sociales del derecho a no ser demandadas por las decisiones que toman sobre cómo los algoritmos promueven cierto contenido. “[Las plataformas] tienen un control del 100 por ciento sobre sus algoritmos”, dijo. “Facebook no debería dejar pasar las decisiones que toma para priorizar el crecimiento, la viralidad y la reactividad sobre la seguridad pública”.
Por su parte, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Facebook, respondió el mismo día afirmando que las acusaciones sobre priorizar ganancias sobre seguridad “simplemente no eran ciertas” y que su empresa mantiene su compromiso de hacer el mejor trabajo frente a las regulaciones que disponga el Congreso. Sin embargo, a raíz de las denuncias, la compañía interrumpió el lanzamiento de una versión de Instagram Kids para menores de 13 años.
Según el Financial Times, estas revelaciones podrían sumir a la popular empresa en una crisis más profunda desde el escándalo de Cambridge Analytica.
Más allá de la nueva ola de denuncias a las que se enfrenta la compañía, uno de los principales asuntos que arroja la situación actual radica en que las plataformas como Facebook y Google concentran más del 80% de la publicidad digital mundial, de acuerdo a lo manifestado en un comunicado del 21 de septiembre suscripto por dieciocho asociaciones internacionales y de las Américas de medios de comunicación.
Según el último informe 2021 de We Are Social 4 de las 5 plataformas favoritas y más influyentes del mundo son propiedad de Facebook. Casi un tercio de la población mundial circula diariamente en sus entornos digitales: 2.800 millones de usuarios mensuales aproximadamente, entre los cuales 2.000 millones corresponde a Whatsapp, 1.300 a Fb Messenger y 1.287 a Instagram. Estas cifras la han convertido en la empresa de publicidad más poderosa del mundo y la principal referencia de lo que Shoshana Zuboff ha identificado como “Capitalismo de la Vigilancia”.
Para la especialista, el “efecto de red” es una de las tendencias principales de las plataformas hacia una mayor concentración. Mientras más interacciones tenga una red, más usuarios son atraídos a la misma. Se promueve un círculo virtuoso donde predominan fuerzas centrípetas, con capacidad absorbente. Cada vez son menos las empresas que logran controlar este movimiento, alejando el sueño utópico de Internet como red distribuida y su narrativa del poder democratizador de la tecnología, actualmente concentrada y controlada por unas pocas manos.
Con la Pandemia por COVID-19, esta situación se ha acelerado de manera estrepitosa. Las grandes tecnológicas han sido las únicas ganadoras que lograron imponer la digitalización a escala global, que ya venía desarrollándose en el marco de la Cuarta Revolución Industrial, alcanzando niveles de crecimiento sin precedentes en la historia.
Mientras la desigualdad y desempleo continúan en constante aumento, las plataformas tienden a acrecentar sus flujos y concentrar más datos; invertir en desarrollos de punta y hacer más dependientes al conjunto de sectores de la sociedad a nivel mundial, más allá de los límites que pueden llegar a imponer las fronteras nacionales y regionales; permeando las subjetividades, invadidas por el caos de la sobreinformación o el miedo irracional a la desconexión conocido actualmente como “nomofobia” (non-mobile-phone-phobia), estado de ansiedad que invade a las personas cuando no pueden usar su celular; consolidando con ello, nuevas formas de socialización cada vez más enajenadas y enajenantes.
#Facebookdown será recordado como uno de los grandes apagones en la historia de las redes sociales.
Más de un apagón hace falta para desentrañar el poder de las grandes tecnológicas. Aun así, vivimos la experiencia de disponer de seis horas de vida por fuera de las plataformas dominantes, que enlazadas con las seis horas de las “otredades”, se transforman en un cúmulo de horas disponibles para darnos la oportunidad de problematizar el mundo actual.
Una “desconexión” con el lazo dominante podría llegar a significar también una oportunidad para los sectores y actores sociales de la producción y el trabajo para “reconectarnos” en el debate y avanzar en la elaboración de acciones concretas, incluyendo la participación directa de organizaciones de todo tipo, entre ellas, sindicales, PyMES, cooperativas, universidades, especialistas e investigadores, movimientos sociales, colectivos feministas y diversidades, ambientalistas, etc. a fin de atender una realidad compleja y garantizar respuestas ajustadas a las necesidades locales y globales del tiempo actual.
En definitiva, el problema de la conexión-desconexión no sólo refiere a un problema individual de protección de datos o de acceso a la nube. Al igual que los problemas ambientales, síntomas del calentamiento global, la cuestión de Internet y la construcción de una red soberana se trata de un problema de carácter colectivo que no augura alternativas si antes no solventamos una fuerza social capaz de sostener los procesos de construcción de soberanía política e independencia económica que amplíen la base de sustentación de las grandes mayorías en la disputa de poder.
Este artículo fue publicado por primera vez en Ámbito Financiero